sábado, julio 25, 2009

AVALÚO DE LOS RICOS INVISIBLES DE COLOMBIA

Cualquier parroquiano sabe que la riqueza en Colombia está acumulada en unas pocas manos. Lo que me parece absolutamente increíble —sin ser economista— es que en nuestro país haya apenas 9.200 ricos, entre empresas y personas, que tengan más de tres mil millones de pesos en patrimonio, o apenas 17 mil que tengan más de dos mil millones.


Está bien que aquí hay pocos ricos, pero cualquier persona con sentido común puede calcular que, por pocos que sean, no deben ser tan poquitos. Lo que uno ve en estas cifras oficiales es que hay miles y miles de vivos escondiendo la plata para no pagar impuestos. Y que el Gobierno, con la obsesión de perseguir guerrilleros, no se preocupa mucho por perseguir evasores. Porque aquí los ricos (arriesgo una cifra) no deben ser 17 mil sino esa misma cifra con un cero más: 170 mil.


En vez de tesis complejas sobre sofisticados asuntos macroeconómicos, me gustaría que la academia colombiana nos diera datos tan sencillos como éstos, que cualquier estudiante aplicado podría descubrir en una tesis: ¿Cuántos apartamentos con avalúo de más de 300m², y menos de diez años de antigüedad, hay en las 10 mayores capitales de Colombia? Ese número nos daría ya una cifra de personas con un patrimonio cercano a los mil millones de pesos, incluso restando las deudas hipotecarias. Y yo apostaría “mi vida contra una cocada” (como decía López Pumarejo) a que estos propietarios pasan de 10 mil, teniendo en cuenta un cálculo académico que estima en 80 mil los apartamentos de estrato 6 en el país. Lo triste es que para la DIAN los precios de las casas son muy inferiores a los valores de mercado.


Quisiera saber también cuántas haciendas hay en las zonas agrícolas o ganaderas de Colombia, excluyendo las tierras poco fértiles del Llano, que tengan más de 500 hectáreas, y que estos datos se crucen con unos cuadros de avalúos comerciales del precio promedio por hectárea de esas tierras. Aquí también yo apostaría mi vida contra un pandebono, a que estas fincas son más de 30 mil, y cada una con un costo superior a los mil millones de pesos. Pero aquí los hacendados negocian el avalúo catastral con los concejales y alcaldes de los pueblos.


Me gustaría mucho que los economistas me informaran, en un país cuyo hato ganadero se calcula, según censos agropecuarios, en unas 30 millones de cabezas, cuántos ganaderos o empresas ganaderas hay que reconozcan en sus declaraciones de renta a estos “semovientes”. Yo apostaría (mi vida contra un supercoco) que para el fisco colombiano no existen ni diez millones de cabezas de ganado bovino. Del equino ni hablemos, pues los caballistas jamás han declarado un relincho, así haya caballos que cuesten un millón de dólares. Después de tener este dato, cruzado con otros datos oficiales, me gustaría saber cuántos ganaderos hay que sean dueños de más de mil cabezas. Y a estos ganaderos, que no deben ser menos de cinco mil (apuesto mi vida contra un ternero), les cobraría lo que dice el Gobierno que va a cobrar por patrimonio, el 0,4%, es decir, cuatro reses por cada hato de mil. Muy poca cosa, con tal de que “la seguridad democrática” les proteja las fincas de-la-amenaza-terrorista.


Resumiendo, cuando oigo hablar al ministro Zuluaga sobre la base de contribuyentes que pagarán el impuesto al patrimonio, me parece oír el diagnóstico evidente, y no deliberado, de una gran mentira nacional. Y me parece ver lo que no se ve: miles de ricos invisibles que pagan impuestos prediales irrisorios y que evaden el impuesto al patrimonio.


A mí no me parece mal que haya ricos, ni soy un resentido con los que tienen mucho más que yo. Felices ellos. A lo mejor algunos se lo merecen por su laboriosidad, sentido empresarial o capacidad de ahorro. La codicia, en cierto sentido, le da dinamismo a la economía. En general los muy ricos pueden evadir poco. Pero hay infinidad de ricos intermedios que se hacen los pobres, que son ricos invisibles (entre ellos los mafiosos de la contrarreforma agraria), y que no existen para el fisco del país.


· Héctor Abad Faciolince, Tomado del espectador.com